miércoles, 21 de abril de 2010

EXCALIBUR



EXCALIBUR




Froilán quiso hablar pero en aquel momento, la vanidad, aquel mal del que él normalmente no padecía, hizo que la lengua se le ahogase en saliva y cuando quiso moverla, por las comisuras de su boca abierta salieron blancas salpicaduras y caudalosos hilillos de espumosa baba. Avergonzado por el poco dominio que en ocasiones tenía de sus sentimienos, tragó y después de limpiarse con el antebrazo farfulló:

─ Tendremos las mejores espadas, cada uno de nosotros será dueño de una Caledfwlch.

─ ¿Querrás decir Excalibur? ─Dijo con sorna el de Lemos─

─ Excalibur, la liberada de la piedra, Caledfwlch, espada centelleante, esos y otros muchos nombres tiene, pero sólo una realidad.

─ Froilán, por favor, no te discutiré que tu padre sea un buen herrero, tanto que tu amor filial te lleve a compararlo con Vulcano, pero de eso a que haga mejores espadas que la que mi padre me regaló, permíteme que lo dude.

─ Ninguna has tenido ni tendrás que se le pueda comparar.

─ Aunque el mérito fue mío, sin ti me hubiera sido imposible cobrar el jabalí, y yo esas cosas jamás las olvido, tengamos pues la fiesta en paz. De verdad, ¡créeme!, no necesitas esforzarte para tener mi respeto.

─ Nadie me ha escuchado jamás decir algo que no sea cierto. ¿Por qué iba ahora a decir algo que no lo fuese?

─ Está bien, aunque no sea más que por las magulladuras y dentelladas del gran Torc, el gran jabalí sagrado, que nos han hermanado, ¡sea!, te seguiré la corriente, ─aquí, el de Lemos, con esfuerzo por falta de costumbre, esbozó una sonrisa cómplice, evidenciando que estaba dispuesto a escuchar la retahíla de tonterías que un montañés palurdo tuviera a bien decirle─ aunque te advierto, no aceptaré ni bajo juramento, que tu padre sea la reencarnación de Lug, dios del conocimiento y las artes incluida la forja, pero no pondré pegas a que sea la reencarnación de Goibhniu, el herrero por excelencia del pueblo celta. Cuéntame, ¿qué viene luego?, ¿para demostrar que somos dignos de esas espadas tendremos que desnudarlas de la piedra en la que tu padre las envaine?

Froilán, incrédulo, miró a su amigo en busca de respuesta. Por muy bastardo que fuera aquel noble, ¿cómo podía el hijo de un conde tan poderoso desconocer cosas que ni él ignoraba? Pero su amigo esta vez no fue su voz.

─ Explícaselo tú Froilán, tranquilo, no te faltarán palabras.

Espoleado por su amigo, como era algo a lo que siempre había puesto oreja y sentidos, arrancó.

─ ¿Nadie te ha explicado la leyenda de Excalibur? ─Preguntó incrédulo Froilán al de Lemos─

─ ¿Desde cuando necesitan explicaciones las tonterías? ¿Quién en su sano juicio puede creerse lo de una espada clavada en una piedra o en un yunque y que tan sólo el elegido la puede extraer, mientras los demás por muy nobles y fuertes que sean ni la mueven? Te advierto que yo soy de los que piensa que una buena espada no tiene más nobleza que la que le otorga la mano que la empuña, pues no hizo la Tizona famoso al Cid, ni Excalibur a Arturo, ni su espada a Nuada, ni la Vengadora a Gragarach, ni siquiera, la que, según cuentan de un sólo tajo podía cortar los picos de tres montañas, dio fama al rey Fergus, fue su brazo y su cabeza quien hizo famosa su espada y no al revés.

─ Nadie pondrá en duda la importancia del que la empuña, pero no me dirás que a la hora de elegir, tú que puedes, no pagas el mejor acero y de eso habla la leyenda. ¿Se lo explico? Pidió permiso Froilán.

─ Claro.

─ Las leyendas tan sólo son una forma de narrar unos hechos para hacerlos más amenos, más fáciles de recordar. Estamos hablando de las antecesoras de la falcata y de la gladius, espadas legendarias ya en tiempos de Anibal y luego adoptadas por las legiones romanas. La fábula de Excalibur nos cuenta como un herrero como mi padre, gracias a la fundición de la roca apropiada, extrae el hierro del que elabora el acero, y luego la espada que, como prueba suprema, colocada sobre su cabeza tirando de ella doblará hasta que la punta y la empuñadura toquen sus hombros y soltada retomará su forma natural. No creo que te resulte difícil entender que aquel que consiguiera el mejor metal fuese elegido rey.

─ Sea cierto o no, no suena descabellado, explícate.

─ El herrero en su forja, de la piedra, el fuego y el yunque tan sólo extrae quebradizo hierro. El brillante y poderoso acero sale de hundirlo luego en la tierra y más tarde en el agua, pero no todas las aguas son iguales, el fondo de las tranquilas aguas de los lagos, donde los lodos son los dueños, son las mejores. Por eso mi padre hace un año forjó esas cuatro hojas, y aun al rojo vivo, siendo hierro que no acero, las enterró durante seis meses en la madre tierra, en Ávalon, para que se embebiesen de sus propiedades. Su abuelo, mi padrino, dice no sé que de ciertas sales que hay en algunos tipos de tierra. A los seis meses las desenterró con una gruesa capa de orín. Un par de martillazos en frío a cada una fueron suficientes para que aquello que era la debilidad del hierro, y que durante aquel sueño había aflorado a la superficie, se desprendiera de las hojas. Volvió estas al fuego y después de ponerlas al rojo las martilleó, dobló y estiró al menos siete veces; y luego, aun llameantes, las tiró en la laguna de donde la dama del lago, después de otros seis meses, se las devolvió con mejores propiedades de las que ya tenían.

─ Si la generosa dama del lago se las ha devuelto con tan buenas propiedades, ¿por qué las está volviendo a trabajar?

─ El último temple se lo dará con el líquido que templará nuestro carácter, la sangre de los toros después de que lave nuestra cobardía en el bautizo del taurobolio.

─ Lo de la funda que la dama del lago le da a Arturo para que la espada no le hiera, no me ha quedado del todo claro. ¿También puedes explicarme eso?

─ Las propiedades cortantes que la dama del lago le otorga al acero se distribuyen en una fina capa; por eso, por muy buena que sea una espada, con el tiempo, tiene que volver a la forja y luego pasar otros seis meses a dormir con la gran señora.

─ ¡Vaya! Y yo que tenía entendido que era una funda de zalea con la lana sin lavar.

─ Ya me dirás tú qué tiene que ver la dama del lago con las ovejas. La zalea sin lavar mantiene la grasa de la lana de la oveja, si de ella haces una funda impedirá que durante años el acero de tu espada oxide y pierda su brillantez. Al cabo de los milenios, las leyendas, de tanto ir de boca en boca, nada tiene de extraño que nos lleguen un tanto distorsionadas. Además te diré que la leyenda no se refiere a esa funda, te lo explicaré. Mientras los herreros no dominaron el arte del templado, una buena espada no estaba hecha de una sóla pieza, pues cuanto más cortante era el acero más quebradizo se volvía, por eso llegaron a la conclusión de hacer un alma interior resistente a los golpes, luego hacían una funda del más cortante acero y en ella introducían el alma de la espada, haciendo del conjunto la unidad. Si ya sé, la funda que la dama del lago le regalaba era para evitar que el dueño de la espada se hiriese, eso dice la leyenda. Dime, ¿qué crees que le pasaría al guerrero si en pleno combate se le rompe la espada?, ¿serían sus heridas culpa de la espada enemiga o de la propia?

─ Contéstame a esta otra pregunta. ¿Por qué la espada tiene que volver al lago y no a la tierra?

─ Las propiedades que la tierra le otorga empapa la hoja hasta sus entrañas de forma permanente, por lo que a la tierra sólo volverá en compañía de su dueño.

Su amigo le dio una palmada y otra al de Lemos, y mirando al cielo al tiempo que preguntaba, exclamó con admiración:

─ ¡Oh dioses! ¿A que se ha explicado bien mi hosco amigo?



No hay comentarios: